Programa de historia de las ideas políticas en Chile

Chile y la fe en los límites de la República

June 16, 2014paulaNoticias0

La historiadora Ana María Stuven edita un volumen cuyos autores repasan, desde la filosofía y la historia, el lugar de la religión en la vida pública nacional. “Siempre se dará un traslape entre el discurso político y el religioso”, dice Stuven

Alguien con fe… en la ilustración, querría vivir en una ciudad donde imperasen las razones seculares. Esa era la promesa moderna: a medida que la humanidad profesara, y alcanzara la mayoría de edad, la religión irá privatizándose hasta quedar excluida de la esfera pública, de la República. Sin embargo, las cosas no fueron así. No es solo que teóricamente (postmodernidad mediante) sea difícil defender la preeminencia de la razón ilustrada, es que – de hecho- la religión, las religiones, tienen voz en la ciudad, quieren influir, lo hacen: basta pensar en Chile, en las últimas semanas, a propósito de temas como la despenalización del aborto en determinadas circunstancias, la reforma educaciones o el matrimonio igualitario.

Así las cosas – tres centurias después del Siglo de las Luces, y doscientos años después de nuestra independencia -, las relaciones entre religión y política, entre Iglesia (o iglesias) y Estado, siguen siendo tema; tal como lo demuestra el libro “La religión en la esfera pública chilena: laicidad o secularización?” (Ediciones UDP), editado por Ana María Stuven, profesora del Instituto de Historia de la Universidad Católica de Chile y directora del Programa de Historia de las Ideas Políticas en Chile de la Universidad Diego Portales.

El libro se divide en dos partes. En la primera – “Religión, modernidad y espacio público” – se reúnen artículos que abordan el tema a partir de los debates teóricos, o filosóficos, si se quiere (Sebastián Kaufmann, Carlos Peña, Javier Couso y Pedro Morandé); y en la segunda – “Laicidad o secularización en América Latina y Chile”- , están aquellos que lo hacen desde perspectivas históricas (Roberto Blancarte, Jean Pierre Bastian, Gabriel Cid, Ana María Stuven, Vasco Castillo, Andrea Botto, Bernardo Subercaseaux y Elisabett Prudant, y Eduardo Silva).

Soberanía popular

La diversidad de autores garantiza (o así debiera ser) variedad de acercamientos y muchas interrogantes: ¿la religión tiene un rol en el espacio público?, ¿lo debe tener?; y si lo tiene, ¿sus razones deben remitir a la fe o decirse en laico? ¿Se puede hablar, sin más, de secularización y modernidad en nuestros países?, ¿qué papel juega allí la religiosidad popular propia de América Latina?¿Nuestros Estados son verdaderamente laicos?

De todos modos, en medio de esa pluralidad reunida en el libro, se pueden extraer dos conclusiones, generales, o tal vez haya que llamarlas hipótesis. La primera, dicho en simple, es que el discurso religioso también es político (e incluso que, como cualquier otro, tiene derecho a serlo); la segunda, que en Chile (y América Latina) es más preciso hablar de laicidad del Estado – relativa (“negociada”) – en vez de secularización de la sociedad (incluyendo la cultura y lo político).

Si esa es la realidad, ¿tiene sentido – sin forzar hasta el equívoco el concepto – hablar de modernidad o modernización en Latinoamérica? “Estoy de acuerdo con ambas afirmaciones”, responde Stuven, “lo cual no obsta para hablar de modernidad, en la medida en que precisemos que la modernidad exige que la legitimación del poder político provenga de la soberanía propular y no de una sanción divina, y que en consecuencia el Estado no asuma una postura confesional. Lo anterior no impide que las personas participen de la esfera pública con sus creencias y las posturas éticas y políticas que concuerdan con ellas”.

Escribe Stuven en la introducción del libro: “Consignar la continua presencia de la religión en la esfera pública chilena no es una denuncia sino más bien un reto a ambos poderes: al Estado en su concepción de neutralidad y a las iglesias en el reconocimiento hacia el pluralismo y la diversidad de la sociedad chilena”. La pregunta, entonces, cae por sí sola: el Estado chileno y las iglesias, desde 1925 hasta hoy, ¿han estado a la altura del reto?.

“El cristianismo tiene una neta vocación pública, y la Iglesia Católica no ha renunciado a ello, tampoco después de su separación institucional del Estado. La Iglesia tiene una teología pública y también una teología política, por lo que siempre se dará un traslape entre el discurso político y el religioso, con consecuencias tanto para la institucionalidad católica como para los actores sociales y agentes del Estado. En ese sentido es impensable, como sostiene Sebastián Kaufmann en su artículo en el libro, que la Iglesia vaya a concebir la razón secular como un lenguaje neutro. El Estado, por su parte, consciente que la mayoría del país aún se declara religioso, sea católico o evangélico, debe entablar un diálogo con las iglesias y así lo ha hecho. Me parece que el país no fue testigo durante el siglo XX de grandes tensiones entre Estado e Iglesia, salvo durante la dictadura, cuando fue esta, paradójicamente, la que defendió el pluralismo, abogando también por los no católicos”, responde Stuven.

Un Estado, varias confesiones

En Chile, el debate acerca de la tutela del catolicismo sobre la política no coincidió cronológicamente con la implantación de la República. Así lo muestra Stuven en el artículo que le dedica al tema en el libro. Y lo reafirma al preguntarle al respecto: “La catolicidad del Estado no estuvo puesta en duda, lo que se expresa en todas las constituciones hasta 1925. Incluso muchos católicos buscaron armonizar la doctrina católica con los postulados del liberalismo político, Solo a mediados del siglo XIX se detecta una oposición más ideológica de liberales, positivistas y humanitaristas dirigida especialmente contra la Iglesia, crecientemente ultra-montana, pero no necesariamente contra la religión católica”.

La distinción entre Iglesia y religión es, cree Stuven, clave para abordar el asunto. Es más, en el libro propone estudiar la relación entre religión y política como un campo distinto de la relación entre Iglesia y Estado: “La esfera pública es aquella donde los privados interactúan en forma pública, y pretender que coincida con lo estatal la reduce a sus instituciones”, dice. Y agrega: “Confundir en el debate público la postura institucional, por ejemplo de la Iglesia con la religión, o el Estado con lo político, limita la comprensión de lo político en la esfera pública”.

– En Chile, ¿transitamos hacia un Estado neutral, como dice Javier Couso, o, con la irrupción de los evangélicos, hacia uno pluri-confesional, según afirma Roberto Blancarte?

“Me parece que ambas posturas no son contradictorias. Si afirmamos que la religión tiene una presencia en la esfera pública, y que la iglesia católica asume activamente su rol en la misma, es efectivo que el reconocimiento que han dado autoridades del Estado participando en ceremonias y cultos de las iglesias evangélicas es un signo de pluri-confesionalidad, como sostiene Roberto Blancarte. Por ejemplo, que asistan tanto al Te Deum católico como evangélico. Ello no niega, sin embargo, que desde la Constitución de 1925 y la Ley de Cultos de 1999, como sostiene Javier Couso, se ha profundizado la tradición de separación entre Estado e Iglesia. No obstante, como él reconoce el cambio de tradiciones con un fuerte arraigo social es lento, por lo que me parece difícil pronosticar que ellos signifique una estricta separación entre religión y República”.

– En las últimas semanas se han producido desencuentros entre la Iglesia Católica y el Gobierno. ¿Qué lectura se puede hacer de esa contingencia a la luz de las relaciones Iglesia – Estado en Chile?

“Los términos en que se ha producido el debate solo confirman la continua presencia de la religión en la esfera pública, a pesar de la neutralidad estatal. Y no puede ser de otro modo. Aunque el secularismo plantee la completa privatización de la religión, como sostiene Habermas, en la medida en que las comunidades religiosas desempeñan un papel vital en la sociedad civil, la política deliberativa expresará el uso público de la razón tanto por parte de los ciudadanos creyentes como no creyentes”.

“En el caso de la Iglesia Católica frente al tema del aborto, la confrontación con un proyecto que lo despenalice será total, y sin duda la institución eclesiástica defenderá sin tregua, justamente en la esfera pública, el principio de que la personaldiad hurmana surge con la concepción. Respecto de la reforma educacional, ya hemos visto cómo la autoridad eclesiástica ha tomado posición pública frente a los proyectos en debate. Históricamente, su cruzada fue la libertad de enseñanza; aunque hoy esta no parece amenazada, sin duda el clero va a continuar participando de un debate en el cual tiene intereses y experiencia. Si la propuesta incluye integración e inclusión de los más pobres, la Iglesia debiera considerarla evangélica”.

Artículo realizado por El Mercurio, Artes y Letras el 15 de junio de 2014.